Las consultas presenciales, aunque culturalmente consideradas un estándar de calidad, deben realizarse únicamente cuando son realmente necesarias, por el bienestar del paciente y para optimizar recursos.

No siempre representan una ventaja comparativa y no son necesariamente mejores que las consultas a distancia; esto lo saben los millares de pacientes y tutores que ya están de alta en los últimos 4 años. Las consultas presenciales solo deben llevarse a cabo cuando el profesional realmente actúe como etólogo de campo, es decir, cuando se realice una observación detallada y dirigida del ambiente y del paciente en su entorno. Esto va más allá de simplemente conversar con el tutor o entregar golosinas al animal; requiere un conocimiento y experiencia específicos que pocos profesionales poseen.

La decisión de realizar una visita presencial debe basarse en una evaluación cuidadosa de la situación, asesorada por el etólogo clínico, y no solo en las percepciones o creencias del tutor del animal. En casos de miedos o fobias, así como en pacientes agresivos o hiperactivos, se evita la evaluación presencial para proteger el bienestar del paciente y evitar crisis adicionales. El tutor puede confiar en que el profesional ya conoce el repertorio etológico del paciente, evitando la necesidad de provocarlo. Además, las consultas presenciales requieren una mayor inversión de recursos, especialmente tiempo y movilización, lo que se debe considerar al tomar decisiones.